Marazu
Hay días en que se conjugan los astros en una suerte de armonía que nos seduce, y, con su particular danza, dibujan el escenario exacto donde tendrá lugar el milagro. Esta tierra nuestra, bautizada “de santos y de cantos”, debería revelar más a menudo su segundo apellido en el alcance más sonoro de su significante y también de su significado. Porque, si rebosa nombres propios por los cuatro costados, también atesora virtudes que deberían cantarse más a menudo. Poner ritmo, melodía y armonía a la palabra es glorificarla, sublimar su sentido más íntimo, llevarla en andas a este Parnaso amurallado donde el arte se hace vida. En esta labor, son muchos los hombres y mujeres que han puesto voz a los versos místicos de fray Juan, a las moradas de la Santa, a las hazañas de Jimena Blázquez, a los labradores morañegos, a las serranas, al ronroneo del Tiétar que recoge usanzas y raigambre por el valle hasta fundirse en el Tajo, a las mañanas de tahona y a las tardes de trilla. El nombre de